Y ahora que te has marchado me he acostumbrado
a odiar los domingos eso dice una de mis canciones favoritas; una de las
canciones más triste que se escribirán
nunca.
Hoy hace exactamente ochenta y siete
días que te marchaste, Ochenta y siete largos días y es que el tiempo es así de
caprichoso, lo mismo de las agujas del reloj que parecen no girar.
La tristeza es uno de los
sentimientos más extraños, puedes levantarte un día pensar que ya ha pasado lo
peor, que a partir de entonces sólo pueden haber sonrisas y de repente por
cualquier tontería todo vuelve a derrumbarse de nuevo, por cualquier
tontería... que te devuelve todas las ilusiones de aquellos problemas que creías superados y es
lo mismo, a una lágrima la acompañan
otras diez y nueve.
He aprendido a odiar los domingos, sobre
todo los domingos de invierno, debe ser que
mi felicidad se ha marchado de vacaciones y que soy incapaz de pensar en una historia
en donde no aparezcas tú. ¡Te echo de
menos!.
Ochenta y Siete días, ochenta y
siete días ya, y sigo esperando a que un día me
llames y que me digas que tú también me echas de menos... que vas a
volver...
Larga es la espera de algo que sabes
que no va a suceder, alguien me dijo que el
amor asfixia y si eso es verdad no hay nadie que pueda sobrevivir a él.
Entonces ¿a dónde están los finales felices de los que hablaban los cuentos de
hadas?, me siento estafado!, que me
devuelvan mi dinero, que me devuelvan mi felicidad, ¡que me devuelvan mi vida!.
¿Te dije alguna vez que los cigarros
sabían diferente luego de besarte? qué tontería, ¿no? ¿Se puede echar de menos
¿un sabor?, ¿un olor?, ¿tu olor?
A veces me pasa que voy por la calle
y alguien lleva tu colonia, entonces cierro los ojos y me pongo súper
melancólico y te hecho más de menos si es que eso se puede.
Me acuerdo el día en que me
regalaste aquel cubo, aquel cubo de colores enredado entre sí de tal forma que es casi imposible
arreglarlo, dijiste algo así como que nuestra relación era tan compleja como él; puede que por ello
tardara tanto en mezclar sus colores en desmontarlo,
lo hice el día que te marchaste y me prometí a mí mismo que el día que
consiguiera montarlo significaría que al
fin te habría olvidado, ahora te doy la razón; nuestra relación es tan fascinante
como éste cubo, pero una vez desmontado ya nadie puede volver a montarlo!. Y
cada vez que lo encuentras detrás de un libro viejo intentas una vez más
solucionarlo le das vuelta tratando de
entender la lógica, pero no lo consigues...
Los domingos son una prueba de
fuego, es el único día de la semana en que me levanto totalmente deprimido y
cualquier excusa me parece buena para llamarte e incuso para presentarme en tu
casa, tomar mi bici y pedalear lo más rápido que pueda y llamar a tu puerta,
pero no lo hago, claro! a veces sobra decir que no se andar en bicicleta.
Ochenta y siete días y todavía no
entiendo por qué los cuento, no se me ocurre nada más triste pensar que un día me levante y lo primero que
piense sea: "Hoy hace exactamente mil cuatrocientos quince días que te marchaste..", debería
dejar de hacerlo, seguramente tú ya no piensas en mí, seguramente no me echas
de menos, seguramente sonríes todo el tiempo, seguramente...
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